El corredor
de formula 1, encerrado en un espacio en el que apenas cabe, lucha con fuerza
por dominar su bestia mecánica. Desconectado del mundo unido únicamente por una
voz que de vez en cuando le suministra datos técnicos. Dice Munford en el mito
de la maquina que el astronauta encapsualdo en su nave retorna de nuevo al
utero materno. Es quizá el compartimiento de unj formula 1 el lugar mas
solitario del mundo?. Que intenta demostrar el hombre?. Se me antoja que el
corredor de formula 1 es el punto mas emblematico de este mito de la maquina que
vive la civilizacion.
When a ideology conveys such universal meanings and commands such obedience, it has become, in fact, a religion, and its imperatives have the dynamic force of a myth
jueves, 31 de mayo de 2012
martes, 29 de mayo de 2012
Quien fue Lewis Mumford
Publicado en Portal de las Culturas
Lewis Mumford (Flushing,
Queens, ciudad de Nueva York, 19 de octubre de 1895 – 26 de enero de
1990, Amenia, estado de Nueva York). Sociólogo, historiador, filósofo de
la tecnociencia, filólogo y urbanista estadounidense. Se ocupó sobre
todo, con una visión histórica y regionalista, de la técnica, la ciudad y
el territorio. Destacan en particular sus análisis sobre utopía y
ciudad Jardín. Sin embargo, sus obras más impactantes pertenecen a un
género interdisciplinar y erudito realmente único en el siglo XX, dónde
se dan cita ciencia, tecnología, religión, psicología (psicoanálisis en
particular), arte, antropología, estética o biología entre otras. Esto
es especialmente evidente en su gran obra final, El mito de la máquina, quizás la última gran obra humanista y totalista del siglo XX.
No en vano, Lewis Mumford ha sido tildado
de “último humanista del siglo XX” y “erudito entre los eruditos”, si
bien su humanismo forma parte de una intensa crítica y renovación de un
término que él mismo consideraba caduco en el siglo XX. Curiosamente, y
pese a las admiraciones que suscitó en vida por parte de artistas,
políticos, intelectuales, poetas o psicoanalistas, hoy es un autor
bastante olvidado. Él mismo advirtió que su obra sería relegada al
olvido porque causaría humillación y malestar a todo aquél
hiperespecialista que intentara leer cualquiera de sus libros o
artículos. Tan sólo en ciertos círculos de estudiosos de la arquitectura
y el urbanismo sigue siendo obligatorio el conocimiento de este autor.
Trayectoria
Mumford pertenece a ese género de
intelectuales que nunca acabó una carrera universitaria y que, además,
siempre mostró una postura crítica con la formación oficial en
particular y con cualquier institución estatal en general. Dotado de una
vocación autodidacta realmente voraz, Mumford comenzó siendo un crítico
de arquitectura y urbanismo, escribiendo múltiples libros y artículos
sobre dicho tema a lo largo de su dilatada vida. La historia de las utopías, 1922 y Sticks and Stones,
1924, fueron sus primeras obras relevantes en dicho campo. Éstas le
concedieron fama inmediata entre toda una generación de arquitectos
europeos revolucionarios (Gropius, Mendelsohn…) a quiénes sorprendió su
juventud y su visión crítica.
No mucho después, Frank Lloyd Wright,
acaso el más influyente de los arquitectos norteamericanos de principios
del siglo XX, se pondría en contacto con Mumford, ya que éste último
había expresado en numerosas ocasiones que “sólo Frank Lloyd Wright
puede salvar a la humanidad del caos urbanístico al que se aproxima, de
un urbanismo mecánico, frígido, aséptico, inhumano”. Durante décadas,
estos dos grandes mantendrían una apasionada relación vía epistolar en
la que Mumford siempre se mantuvo distante, ofrendando a veces críticas
positivas y otras realmente destructivas. Más de una de las depresiones
de Wright fueron causadas por la dureza de Mumford, quién era visto por
Wright como una especie de padre espiritual (pese a que Mumford era
bastante más joven). Dichas cartas fueron publicadas en la obra Wright and Mumford. Thirty years of correspondence, 1999.
La ciudad en la historia, 1961,
es su obra más relevante en el campo “urbanístico”, si bien se trata de
una obra realmente extensa repartida en dos densos volúmenes donde
propone una visión de la ciudad como un organismo vivo. Dicho organismo,
con su estética, edificios, funciones, política o sociología sólo puede
ser comprendida, según Mumford, desde la óptica del filósofo
generalista. Por ello, Mumford despliega toda una serie de conocimientos
reflexivos y críticos, mezclando historia, filosofía, religión,
política, jurisprudencia, arquitectura.
Por todo ello, este proyecto resulta
revolucionario no sólo en lo que el título propone, sino en la multitud
de tesis particulares introductorias que ponen en duda teorías
económicas, históricas y antropológicas consideradas todavía hoy
canónicas. Si bien puede ser considerada su obra más influyente (mas no
la mejor), los historiadores del urbanismo sólo parecen haber tomado sus
secciones más descriptivas, mostrando que la profecía de Mumford (que
su obra sería relegada al olvido por la humillación que infringe a la
perspectiva adoptada por los superespecialistas) era verosímil.
A.E.J. Morris, notable historiador del urbanismo, realizó una obra meramente descriptiva y formalista (Historia de la forma urbana)
que, aun teniendo en cuenta la línea cronológica básica expuesta por
Mumford, olvidaba la principal lección: solo una visión holística
desentraña la parte cognoscible de la historia del urbanismo. Cabe
destacar que el estilo literario empleado por Mumford en la redacción de
esta obra resulta sumamente poético y elegante. Por ello, a veces puede
parecer, gratamente, una especie de “ensayo novelesco”.
A partir del 1934 se ocupó extensivamente
de la cultura de las máquinas. En general, el trabajo de Mumford es
abundante y exhaustivo, cubre todo tipo de información histórica, y pone
en relación las diversas civilizaciones (Asia, Egipto, precolombinas,
Occidente en sus distintas fases).
Dentro del enfoque macroestructuralista,
se ocupó de cómo determinadas invenciones tecnológicas transformaron
radicalmente la sociedad, como es el caso del reloj, que influirá en
trabajos posteriores como el de David Landes, Revolución en el tiempo, de 1987.
Técnica y Civilización (1934)
-que se tradujo pronto en Buenos Aires, en 1945, lo que facilitó la
versión del resto de su obra- es seguramente su obra más representativa.
Ahí propone quizás su noción más célebre: la “megamáquina”. Con ella
describe cómo en el antiguo Egipto, la construcción de las pirámides
supuso poner en marcha, además de habilidades constructivas, toda una
compleja burocracia organizativa del trabajo. La Segunda Guerra Mundial y
el desarrollo de la [bomba atómica]] son ejemplos de esa megamáquina en
nuestro tiempo. Mumford consideraba que esta megamáquina encierra
grandes peligros y es destructiva y escapa al control de los seres
humanos. Su visión pesimista de la tecnología se ha extendido a autores
como L. Winner.
Ideas
Mumford no abogaba por un rechazo a la
tecnología sino por la separación entre tecnologías “democráticas”, que
son aquellas que están acorde con la naturaleza humana, y tecnologías
“autoritarias”, las que son tecnologías en pugna, a veces violenta,
contra los valores humanos. Por lo que sostiene la búsqueda una
tecnología elaborada sobre los patrones de la vida humana y una economía
biotécnica.
Su punto de vista está muy relacionado
con la forma de concebir las relaciones humanas y urbanas planteada por
los anarquistas clásicos (Kropotkin, desde el pensamiento social o
Howard, desde el urbanístico, con su idea de “ciudad jardín” por
ejemplo), pero también de los urbanistas canónicos más importantes y
clásicos del siglo XX, como Le Corbusier.
Munford también colaboró en la reforma de
las new towns inglesas, afrontando la función simbólica y la expresión
artística en la vida del hombre. Se le ha relacionado culturalmente con
autores como: Patrick Geddes, Ebenezer Howard, Henry Wright, Raymond
Unwyn, Barry Parker, Patrick Abercrombie, Matthew Nowicki.
domingo, 20 de mayo de 2012
El estancamiento de la Ciencia y su inminente colapso
Por Antonio Ruiz de Elvira. Publicado en Señales de los tiempos.
La ciencia, cómo la sociedad en la que se imbrica, padece de
anquilosamiento (Grecia, hoy, es el mejor ejemplo, Arabia Saudí, Venezuela,
Cuba, Corea del Norte, los EEUU, ....). Una revisión de lo que se publica en
Physical Review Letters, en Science y Nature, o en la American
Economic Review y en el Journal of Political Economy, nos indica que
se generan un número muy
elevado de detalles, pero que los distintos paradigmas no se cuestionan.
elevado de detalles, pero que los distintos paradigmas no se cuestionan.
Esto ocurre en física, en astrofísica, en biología y en economía, y en
casi todas las demás ramas de la ciencia.
Y sin embargo, esa ciencia, académica, establecida, de dogmas inviolables, no esta produciendo resultados. En dos campos de la física, en particular, no hay avances substanciales. Se busca el bosón de Higgs, pero se lo busca dentro de un camino trillado. Si se lo encuentra, tendremos confirmación de que un modelo en el cual las resonancias se consideran partículas, es correcto. Y una vez tengamos esa confirmación ¿qué? ¿Qué nos enseñará eso sobre nuestro mundo, el mundo que interacciona con nosotros, el que nos afecta diariamente? El otro campo es el intento de recreación de la fusión solar en un laboratorio de la Tierra, pero una fusión controlada. En este campo no hay avances desde hace años, aunque el número de publicaciones (como en el caso anterior) corta el aliento por lo elevado. Pero, ¿dicen algo nuevo esas publicaciones?
En la genética, la idea del 'gen' es entretenida, pero los genes solo se pueden entender en interacciones entre ellos en número casi inimaginable. Se avanza. Se avanza. Se identifican genes. ¿Se entienden sus interacciones?
En la ciencia económica vemos cada día que ni teoría, ni modelos, ni cálculos numéricos con ordenadores gigantescos son capaces, no ya de predecir, ni mucho menos de sacarnos del pozo donde estamos, sino de al menos explicar como hemos llegado hasta aquí. La teoría y los modelos al uso indicaban que invertir en bienes inmuebles era algo perfectamente ortodoxo, aquí, en los EEUU y en China. Hoy, ortodoxamente, se manejan bajadas y subidas de tipos de interés, inflación y deflación, austeridad y crecimiento. Nada de eso explica el fracaso o es capaz de dar indicaciones sobre como recuperar una prosperidad que se nos esta yendo, ya, de las manos.
En 1872 Boltzmann propuso por primera vez una distribución discreta de las energías de interacción entre radiación y materia. Max Planck se resistió durante 15 años a aceptar esa idea, lo que podía haber hecho sin más que escuchar las notas de un piano. Se resistió como gato panza arriba a la innovación mental, y solo propuso su ley de interacción cuántica en un acto de desesperación.
Hoy la resistencia es feroz a aceptar cualquier innovación.
Sufrimos de lo que los griegos clásicos llamaban hubris: es lo que hemos sufrido durante casi 8 años de gobierno socialista, y es lo que sufrimos desde Wall Street, y arrastramos en la ciencia: La idea de que conocemos todo, de que ya hemos llegado, de que no hace falta replantearse los postulados en los que basamos nuestras vidas.
¿Por qué las soluciones que se nos ofrecen, las teorías que se nos explican, han de ser más ciertas que las que había, por ejemplo, antes de Kepler, antes de Newton, de Darwin, de Adam Smith, de Planck y de Einstein? ¿Son correctas las teorías de Samuelson, de Solow, de Friedmann, de Krugman?
La ciencia es un camino, un camino sin final, y es preciso, constantemente, replantearse las hipótesis en las que basamos nuestros pensamientos. La ciencia, que hoy se asimila al dogma, es lo opuesto a él. Debemos medir la constante de la gravedad todos los días, pues no hay garantía alguna de que su valor no haya cambiado de madrugada. Debemos medir todos los días la extensión del hielo ártico, la concentración de CO2, cada año la media de temperatura global. La ciencia es un fluido que se mueve, con estancamientos y turbulencias, siempre cambiante, siempre hacia adelante. Es lo más contrario a las vigas de los edificios, a las verdades inventadas en sueños febriles en las montañas del desierto, en las orillas del Ganges, en los bosques de Nueva York.
Es penoso leer las propuestas de los 'indignados': su falta de innovación, su carencia absoluta de creatividad produce angustia vital. Son jóvenes (algunos) con mentes viejas.
Es penoso contemplar las acciones y reacciones del 'establishment', de gurús económicos (vide Krugman, por ejemplo), de gobernantes e instituciones, lanzando una y otra vez propuestas tan lijadas que parecen recubiertas de jabón: No tienen por donde agarrarlas.
En 1861 Maxwell planteó sus ecuaciones para el campo electromagnético. Estas ecuaciones exigen que cualquier movimiento en el universo se tenga que considerar como relativo. Desde 1878 hasta 1905 Hendrik Lorenz se esforzó, una y otra vez en conseguir esa relatividad. Pero era incapaz de rechazar la existencia de un inútil éter que representaba un sistema absoluto de coordenadas. Desde 1893 hasta 1905 Henri Poincaré se enfrentó al mismo problema y naufragó en la misma roca. Decenas de publicaciones, ningún avance.
Solo mediante la innovación mental del rechazo radical de la idea del éter pudo Einstein abrir la puerta cerrada que permitió el progreso espectacular de la física en el siglo XX. El éter fue propuesto por Huygens en 1678. Hicieron falta 227 para rechazar una hipótesis que era inútil. Las inercias mentales son tremendas.
De la misma manera, Aristarco de Samos propuso alrededor del 250 antes de la Era Común la realidad de que era la Tierra la que giraba en torno al Sol. Solo se acepto esa idea en 1600, 1850 años después. Las inercias mentales son tremendas.
La inmensa revolución de la mecánica cuántica se basó en la innovación de aceptar que la interacción entre la radiación electromagnética y las cargas eléctricas en una cavidad esta cuantizada como las notas en las cuerdas de los pianos.
La gigantesca revolución que nos ha permitido vivir como personas, la innovación de eliminar de las mentes el mandato divino de los reyes (común en la sociedad humana desde la China hasta Portugal) fué un cambio del pensamiento que solo se produjo en 1762. Para las mentes humanas era necesaria una innovación mental para aceptar que los reyes son unos trabajadores como otros cualesquiera, que trabajan de reyes, (o de presidentes de gobierno) como otros trabajan de albañiles. Las inercias mentales son tremendas.
Necesitamos estimular, con todas nuestras fuerzas, la innovación en nuestros procesos mentales. Estimular las propuestas de ideas radicalmente nuevas, que podemos probar, aceptar o rechazar.
Pero es urgente, urgentísimo, que esas propuestas innovadoras se conozcan, se publiquen, se desarrollen.
Eso, o un colapso por simple agotamiento de ideas caducas.
Y sin embargo, esa ciencia, académica, establecida, de dogmas inviolables, no esta produciendo resultados. En dos campos de la física, en particular, no hay avances substanciales. Se busca el bosón de Higgs, pero se lo busca dentro de un camino trillado. Si se lo encuentra, tendremos confirmación de que un modelo en el cual las resonancias se consideran partículas, es correcto. Y una vez tengamos esa confirmación ¿qué? ¿Qué nos enseñará eso sobre nuestro mundo, el mundo que interacciona con nosotros, el que nos afecta diariamente? El otro campo es el intento de recreación de la fusión solar en un laboratorio de la Tierra, pero una fusión controlada. En este campo no hay avances desde hace años, aunque el número de publicaciones (como en el caso anterior) corta el aliento por lo elevado. Pero, ¿dicen algo nuevo esas publicaciones?
En la genética, la idea del 'gen' es entretenida, pero los genes solo se pueden entender en interacciones entre ellos en número casi inimaginable. Se avanza. Se avanza. Se identifican genes. ¿Se entienden sus interacciones?
En la ciencia económica vemos cada día que ni teoría, ni modelos, ni cálculos numéricos con ordenadores gigantescos son capaces, no ya de predecir, ni mucho menos de sacarnos del pozo donde estamos, sino de al menos explicar como hemos llegado hasta aquí. La teoría y los modelos al uso indicaban que invertir en bienes inmuebles era algo perfectamente ortodoxo, aquí, en los EEUU y en China. Hoy, ortodoxamente, se manejan bajadas y subidas de tipos de interés, inflación y deflación, austeridad y crecimiento. Nada de eso explica el fracaso o es capaz de dar indicaciones sobre como recuperar una prosperidad que se nos esta yendo, ya, de las manos.
En 1872 Boltzmann propuso por primera vez una distribución discreta de las energías de interacción entre radiación y materia. Max Planck se resistió durante 15 años a aceptar esa idea, lo que podía haber hecho sin más que escuchar las notas de un piano. Se resistió como gato panza arriba a la innovación mental, y solo propuso su ley de interacción cuántica en un acto de desesperación.
Hoy la resistencia es feroz a aceptar cualquier innovación.
Sufrimos de lo que los griegos clásicos llamaban hubris: es lo que hemos sufrido durante casi 8 años de gobierno socialista, y es lo que sufrimos desde Wall Street, y arrastramos en la ciencia: La idea de que conocemos todo, de que ya hemos llegado, de que no hace falta replantearse los postulados en los que basamos nuestras vidas.
¿Por qué las soluciones que se nos ofrecen, las teorías que se nos explican, han de ser más ciertas que las que había, por ejemplo, antes de Kepler, antes de Newton, de Darwin, de Adam Smith, de Planck y de Einstein? ¿Son correctas las teorías de Samuelson, de Solow, de Friedmann, de Krugman?
La ciencia es un camino, un camino sin final, y es preciso, constantemente, replantearse las hipótesis en las que basamos nuestros pensamientos. La ciencia, que hoy se asimila al dogma, es lo opuesto a él. Debemos medir la constante de la gravedad todos los días, pues no hay garantía alguna de que su valor no haya cambiado de madrugada. Debemos medir todos los días la extensión del hielo ártico, la concentración de CO2, cada año la media de temperatura global. La ciencia es un fluido que se mueve, con estancamientos y turbulencias, siempre cambiante, siempre hacia adelante. Es lo más contrario a las vigas de los edificios, a las verdades inventadas en sueños febriles en las montañas del desierto, en las orillas del Ganges, en los bosques de Nueva York.
Es penoso leer las propuestas de los 'indignados': su falta de innovación, su carencia absoluta de creatividad produce angustia vital. Son jóvenes (algunos) con mentes viejas.
Es penoso contemplar las acciones y reacciones del 'establishment', de gurús económicos (vide Krugman, por ejemplo), de gobernantes e instituciones, lanzando una y otra vez propuestas tan lijadas que parecen recubiertas de jabón: No tienen por donde agarrarlas.
En 1861 Maxwell planteó sus ecuaciones para el campo electromagnético. Estas ecuaciones exigen que cualquier movimiento en el universo se tenga que considerar como relativo. Desde 1878 hasta 1905 Hendrik Lorenz se esforzó, una y otra vez en conseguir esa relatividad. Pero era incapaz de rechazar la existencia de un inútil éter que representaba un sistema absoluto de coordenadas. Desde 1893 hasta 1905 Henri Poincaré se enfrentó al mismo problema y naufragó en la misma roca. Decenas de publicaciones, ningún avance.
Solo mediante la innovación mental del rechazo radical de la idea del éter pudo Einstein abrir la puerta cerrada que permitió el progreso espectacular de la física en el siglo XX. El éter fue propuesto por Huygens en 1678. Hicieron falta 227 para rechazar una hipótesis que era inútil. Las inercias mentales son tremendas.
De la misma manera, Aristarco de Samos propuso alrededor del 250 antes de la Era Común la realidad de que era la Tierra la que giraba en torno al Sol. Solo se acepto esa idea en 1600, 1850 años después. Las inercias mentales son tremendas.
La inmensa revolución de la mecánica cuántica se basó en la innovación de aceptar que la interacción entre la radiación electromagnética y las cargas eléctricas en una cavidad esta cuantizada como las notas en las cuerdas de los pianos.
La gigantesca revolución que nos ha permitido vivir como personas, la innovación de eliminar de las mentes el mandato divino de los reyes (común en la sociedad humana desde la China hasta Portugal) fué un cambio del pensamiento que solo se produjo en 1762. Para las mentes humanas era necesaria una innovación mental para aceptar que los reyes son unos trabajadores como otros cualesquiera, que trabajan de reyes, (o de presidentes de gobierno) como otros trabajan de albañiles. Las inercias mentales son tremendas.
Necesitamos estimular, con todas nuestras fuerzas, la innovación en nuestros procesos mentales. Estimular las propuestas de ideas radicalmente nuevas, que podemos probar, aceptar o rechazar.
Pero es urgente, urgentísimo, que esas propuestas innovadoras se conozcan, se publiquen, se desarrollen.
Eso, o un colapso por simple agotamiento de ideas caducas.
jueves, 17 de mayo de 2012
Mumford y Galileo mirando a la Luna: apuntes sobre la imagen mecánica del mundo
Por John Jimenez. Publicado en Laboratorio de ideas
En
1969 el hombre llegó a la luna. Un periodista impertinente de Newsweek
le pregunta a Lewis Mumford: ¿Qué piensa usted de este gran
acontecimiento? Mumford contesta de forma breve y concisa: “Tanto dinero
gastado por un puñado de rocas sin interés” (Miller 2002: 540). Se
trata, a primera vista, de una respuesta ingenua y desprevenida. Pero no
lo es. Dos años atrás, y como testimonio de una larga carrera
académica, Mumford había publicado el primero tomo de su obra
monumental: El mito de la máquina (1967). Su proyecto general era
continuar con las reflexiones sobre el impacto de la tecnología en la
imagen del mundo moderno. La tecnología había desplazado el lugar
central de los dioses de la antigüedad y se había instalado en el centro
del universo. “A resultas de esto, los maestros del gremio científico,
con sus múltiples imitadores y discípulos, poseen en la actualidad una
influencia y un poder mayores que los de cualquier otra casta sacerdotal
del pasado” (Mumford, 2011: 120).
Ciertamente
los primeros pasos del hombre sobre la luna fueron vistos, por el mundo
entero, como el triunfo aplastante del progreso científico. Los seres
humanos, ya lo ha señalado Jean-Yves Goffi, cuando se enfrenta a un
medio hostil e inhabitable son capaces de desplegar abiertamente todos
sus medios técnicos.
Pero visto detenidamente, este acontecimiento esboza una imagen
aterradora: el hombre depende totalmente de la máquina. ¿Qué ha sucedido
para que las máquinas tengan tanta importancia en nuestro mundo? ¿Por
qué en un mundo con tantas urgencias humanas se invierte tanto dinero
“en un puñado de rocas sin interés”? Para llegar a este punto fue
necesaria una transformación técnica que tuvo lugar en el siglo XVI y
permitió trazar “una imagen del mundo despersonalizada en que las
actividades y los intereses mecánicos tenían preferencia respecto a las
inquietudes más propiamente humanas” (Mumford, 2011: 85). Se trata de
una imagen mecánica del mundo inaugurada por las mentes más brillantes
de la Modernidad. “Así, todo un conjunto de abstracciones metafísicas
puso los cimientos para una civilización tecnológica en la que la
máquina, en el más reciente de sus múltiples avatares, acabaría
convirtiéndose en el ‘poder supremo’, un objeto de adoración y
pleitesía” (Mumford, 2011: 116).
La imagen mecánica del mundo
Santo Tomás de Aquino había consagrado las obras de Aristóteles como referente de todo conocimiento verdadero durante la Edad
Media. El estagirita era considerado la máxima autoridad en todos los
temas y más allá de sus extensas reflexiones nada era aceptado. Se
trataba de un conocimiento que apelaba
a la sabiduría antigua y se negaba a reconocer los nuevos hallazgos de
la ciencia naciente. “Cuando el pensamiento racional hubo alcanzado tal
rigidez cadavérica, embalsamado en obras obsoletas, era obvio que había
llegado el momento de enterrar estas autoridades y empezar de nuevo,
para buscar nuevos hallazgos en el mismo terreno de aquellos primeros
observadores, con una mirada y una mente renovadas y ambiciosas”
(Mumford, 2011: 87). Galileo Galilei será la figura central de esta
transformación. Sus aportes, junto a las descripciones sistemáticas del
mundo físico que hicieron Copérnico, Kepler, Descartes, Leibniz y
Newton, serán la clave de la nueva imagen del mundo.
Galileo
personifica las dos características principales de la ciencia naciente:
saber empírico y conocimiento teórico. Por una parte, era un observador
atento y por lo tanto poseía un enorme saber que tenía su fuente en la
experiencia. Por otra parte, tenía una gran capacidad para formalizar
sus observaciones, formulaba teorías y abstraía fácilmente. Esta es, sin
duda, la parte más conocida de la historia. Sin embargo, más allá de su
talento como científico, la obra de Galileo deja sentadas las bases de
una nueva cosmovisión que prosperó durante más de trescientos años y que
aún prospera. Se trata de la imagen mecanicista del mundo.
Mumford
señala que esta imagen inaugurada por Galileo parte de dos falacias: la
primera, es pensar que el universo “real” está constituido,
exclusivamente, por una estructura matemática. La segunda, es considerar
que el único atributo valioso de los seres humanos es la capacidad de
entender esa estructura matemática.
Galileo sintetiza esta idea en su conocida obra El mensajero:
“La filosofía está escrita en este
grandísimo
libro que continuamente está abierto ante nuestros ojos (me refiero al
universo), pero no puede entenderse si antes no se aprende a comprender
la lengua y conocer los caracteres en que está escrito. Está escrito en
lenguaje matemático y los caracteres son triángulos, círculos y otras
figuras geométricas, sin las cuales es imposible entender humanamente
una palabra. Sin ellas, damos vueltas en un oscuro laberinto” (Mumford,
2011: 88).
En
aquella época la mecánica, que incluía a la astronomía, era la única
ciencia conocida. El éxito de esta disciplina lleva a Galileo a pensar
que el modelo matemático, de gran pertinencia en las formulaciones
mecánicas, podía extenderse a la interpretación del universo entero. Mathesis universalis. Ciertamente el error es no distinguir entre el conocimiento
exacto y el conocimiento suficiente. El conocimiento exacto intenta
medir y cuantificar los cuerpos físicos, les asigna una cifra y mide sus
movimientos en un pequeño intervalo de tiempo. En alguna medida este
procedimiento es válido cuando se trata de materia “muerta”. Sin embargo
cuando se observa la complejidad del mundo “viviente” el conocimiento
exacto es insuficiente. Para dar cuenta de la riqueza del mundo hacen
falta algo más que círculos y triángulos y otras figuras geométricas.
Kant tampoco lo entendió y afirmó que la única ciencia genuina (richting) es aquella que contiene matemáticas. “¿Cuál habría sido la categoría científica de El origen de las especies de Darwin (1859), que no contiene ni unas sola fórmula matemática y presenta un único diagrama filogenético (que no es una figura geométrica) si Kant hubiese tenido razón?”(Mayr, 2006: 31).
Con
Galileo se consolida la idea de un nivel de realidad único que es igual
en todas las épocas y para todas las especies vivas. Se trata de una
construcción hipotética pura construida a partir de deducciones de una
cantidad limitada de datos. Las investigaciones recientes en etología
demuestran lo contrario. Jakob von Uexkull ha señalado que cada especie
tiene un entorno (Umwelt) significativo distinto que está en
correspondencia con su dotación orgánica. El murciélago y el delfín ven
el mundo de modo distinto. En los seres humanos la percepción del mundo
es de una alta complejidad: tiene como base los datos que provienen de
los sentidos y se modifica constantemente con las ideas culturales, es
decir, con el lenguaje, el arte, las técnicas, las leyes, las
instituciones, la historia.
Considerar
al mundo como una estructura matemática abstracta conduce a pensar que
la cualidad humana más destacada es la mente científica capaz de
entender esa estructura. Galileo se apropia de las reflexiones de
Kepler:
“Así como el oído está hecho para percibir el sonido y
el
ojo para percibir el color, del mismo modo está formada la mente para
comprender no los tipos de cosas sino las cantidades. Percibe cualquier
cosa con mucha más claridad cuanto más se expresa en cantidades puras,
pero cuanto más se aleja de las cantidades, más llena de errores y
oscuridad estará” (Mumford, 2011: 88).
La anatomía que defiende Galileo se construye sobre
un desmembramiento del cuerpo. Galileo cree “que si desaparecieran los
oídos, las lenguas y las narices, permanecerían las formas y los
números, mas no los olores, los sabores o los sonidos” (Mumford, 2011:
103). Los sentidos pasan a un segundo plano y se considera que la
función especializada de la mente es la reflexión matemática. Otras
fuentes del conocimiento quedaban clausuradas. En consecuencia el hombre
y sus experiencias subjetivas son expulsadas de la nueva cosmovisión,
en su lugar solo queda la inteligencia estéril y sus creaciones: los
teoremas y las máquinas. Hoy las investigaciones en el terreno de la
neurociencias demuestran que la capacidad más asombrosa del cerebro no
tiene nada que ver con la exactitud matemática. A diferencia de un
computador el cerebro puede majar datos confusos,vagos e imprecisos, sin colapsar.
La
actitud científica de Galileo contrasta con su vida personal. Mientras
el científico solamente valoraba el mundo cuantificable y habitaba en un
espacio abstracto, el Galileo de carne y hueso se deleitaba con la
sensualidad del mundo barroco. “Él mismo fue un amante apasionado y un
progenitor prolífico; y aceptó que el erotismo, el placer estético y la
poesía fueran relegados al exilio de su mundo solo mientras sus
intereses técnicos y científicos fueran prioritarios” (Mumford, 2011:
94). Galileo encarnaba tanto la figura del hombre de letras como la
imagen del científico entregado, paradójicamente la separación que estableció
entre un mundo objetivo y otro subjetivo dejó para la posteridad una
brecha insalvable: el abismo que se tiende entre el artista y el hombre
de ciencia.
El delito de Galileo
La
Iglesia Católica Romana condenó a Galileo por un delito que él jamás
cometió. “Para Galileo y sus seguidores la ciencia no era una
alternativa a la religión, sino parte indispensable de ella” (Mayr,
2006: 31). Ciertamente su personalidad era conservadora y su respeto por
la teología tradicional era fundamental. Estaba muy lejos de la
herejía. Ni siquiera en el terreno de la ciencia pretendió desencadenar
una revolución. ¿Cuál es, entonces, el verdadero delito de Galileo?
“Galileo cometió un delito mucho más grave que cualquiera de aquellos de
los que pudiera acusarle los dignatarios de la Iglesia; pues su
verdadera culpa fue la de canjear la totalidad de la experiencia humana
(…) por esa diminuta porción que puede observarse en un intervalo de
tiempo limitado” (Mumford, 2011: 95). Este es el error: establecer una
separación entre una esfera objetiva, que podía entenderse de forma
clara y distinta; y una esfera subjetiva, que era oscura y confusa. Se trata de un poderoso dualismo.
En
esta nueva cosmovisión para entender qué es el hombre será necesario
reducir toda su complejidad a una metáfora mecánica. Ya en el siglo XX
Buckminster Fuller describe perfectamente esta idea nacida en el siglo
XVI:
“-¿Qué es eso, mamá?
- Es un hombre, mi amor.
-¿Qué es un hombre?
-¿Un
hombre? Un bípedo de 28 articulaciones de base adaptable, una planta de
reducción electroquímica integral con capacidad de almacenaje separado
de extractos especiales de energía en baterías de almacenamiento para
consiguiente activación de miles de bombas hidráulicas y neumáticas con
movimiento incorporado; 93.000 kilómetros de capilares sanguíneos,
millones de sistemas de alarma, ferrocarril y cinta transportadora;
grúas y compactadoras (…) y un sistema de teléfono distribuido
universalmente que no requiere mantenimiento durante setenta años si se
utiliza correctamente; el conjunto constituye un mecanismo
extraordinariamente complejo guiado con exquisita precisión desde una
torreta en que se emplaza unas cámaras telemétricas con visión
telescópica y microscópica capaces de automonitorizarse y registrarse, un espectroscopio, etcétera” (Fuller, 2003: 65).
Muy lejos está la descripción que hace del hombre Crollius en su célebre Tractatus de signaturis.
“Su carne es gleba; sus huesos, rocas; sus venas, grandes ríos; su
vejiga, el mar y sus siete miembros principales, los siete metales que
se ocultan en el fondo de las minas. El cuerpo del hombre es siempre la
mitad posible del atlas universal” (Foucault, 1968: 31). Ni qué decir de
la definición que da Platón: “El hombre es un bípedo implume”.
Si
bien Mumford señala las falacias del pensamiento de Galileo, también le
reconoce sus logros y da razón de su grandeza. La Edad Media consagró
dos fuentes de conocimiento: por una parte, para acercarse a las
verdades eternas bastaba con acudir a la sabiduría del libro sagrado;
por otra parte, el conocimiento surgía de las acaloradas discusiones
retóricas de los grandes maestros. Se trata del éxito de la Biblia y de
la pirotecnia discursiva. Galileo introduce una nueva forma de
conocimiento: el método científico. El método permitía corregir los
razonamientos errados y vencía los prejuicios personales. Su principal
herramienta eran el experimento riguroso y la observación atenta.
Gracias a este procedimiento, que podía ser replicado en cualquier
momento, todos los “espíritus abiertos” podían llegar a conclusiones
comunes. “Los grandes frutos
morales del nuevo método científico no fueron el razonamiento estricto
sino la racionalidad; no la intuición brillante, sino la humildad de
aceptar la cooperación o los descubrimientos adversos de otras mentes
que estuvieran trabajando con la misma disciplina” (Mumford, 2011: 100).
La nueva filosofía científica también contribuyó a superar las
controversias estériles que habían dejado la Reforma y la
Contrarreforma.
“Lo
más útil de esta actitud hacia el ‘mundo externo’ era que se refería
constantemente a experiencia comunes en las que, hasta cierto punto,
podía participar cualquiera; y dio al hombre confianza en su capacidad
de comprender el funcionamiento de la naturaleza. Su mente ya no se
contentaba con mapas imaginarios, historias descabelladas, delirios
ambiciosos o explicaciones de décima mano, tal como se hacía en la Edad
Media, y que entonces solo rechazaban los más despiertos” (Mumford,
2011: 109).
El
pragmatismo del nuevo método científico también permitió un avance
acelerado de las investigaciones y los buenos resultados crecieron
exponencialmente. Prescindir de la complejidad del mundo vivo y
concentrarse en la simplicidad del mundo físico permitió “ahorrarse
muchísimo trabajo”. Aislar a un objeto de su contexto permitía
comprenderlo más fácilmente puesto que las relaciones que este
establecía con el medio circundante podían oscurecer el entendimiento.
Conclusión: la absolución de Galileo
La
imagen del mundo trazada por Galileo tuvo un éxito abrumador. El método
de la nueva ciencia y sus correspondientes ideas metafísicas, que
incluían la separación entre las cualidades primarias y secundarias, las
descripciones matemáticas como fuente de verdad, acudir a una
característica específica de la mente humana para explicar una fracción
del entorno; se han extendido a todos los terrenos del saber. “Como
resultado final de esta doctrina mecanicista, la máquina se vio erigida a
un estatus superior al de cualquier organismo o, en el mejor de los
casos, se admitía a regañadientes que los organismos superiores son las
máquinas más complejas” (Mumford, 2011: 116). Ahora bien, esta
descripción es incompleta si no se acepta los aportes valiosos de la
nueva ciencia: ofrecer un lenguaje común, en una época de profundos
dogmatismos, fue su gran acierto. Al momento de investigar no importaban
los credos particulares pues el juicio debía ceder ante el peso de las
observaciones experimentales. También es meritoria la idea de orden que
fue introducida en una sociedad que tiende al caos y a la
desintegración.
Galileo,
ciertamente, nunca supuso que la separación que establecida entre lo
objetivo y lo subjetivo terminaría reduciendo la riqueza del mundo
humano a una fracción de datos matemáticos. Nunca sospechó que la nueva
imagen del mundo terminaría expulsando las preocupaciones más propias de
la humanidad y dejaría el terreno libre para el triunfo apoteósico de
la tecnología.
“Dictemos, pues, una agradecida absolución post mortem
para Galileo: no sabía lo que hacía, y quizás no podía imaginar las
consecuencias (…) debió asumir que la cultura que había formado su
propia vida y su espíritu seguiría existiendo dentro de un orden más
hermoso, enriquecido –no desvitalizado, ni empobrecido, ni reducido- por
esta nueva forma de mirar el mundo” (Mumford, 2011: 122).
Volvamos,
finalmente, a la luna. Durante miles de años, ese cuerpo brillante que
se ve en el cielo oscuro, fue considerado un astro perfecto de
superficie lisa y pulida. Así lo creyó Aristóteles y el mundo medieval.
Muchos siglos después, en el otoño de 1609, Galileo elevó su telescopio
hacia el cielo y observó sorprendido una textura lunar, rugosa y
desigual, llena de enormes prominencias y abismos profundos. ¿Qué había
cambiado? Ya no era suficiente el testimonio de los grandes sabios, ni
las creencias míticas. Era necesaria la comprobación empírica: “¡Lo he
visto con mis propios ojos!” Exclamaba Roger Bacon. La expedición
norteamericana de 1969 comprueba de forma viva las observaciones de
1609. Los primeros pasos del hombre sobre la luna son el resultado de
ese mundo mecánico esbozado por Galileo. Más sorprendente aún: es el
retrato de un hombre dependiente de la máquina. Mumford, situado en este
escenario, mira hacia el cielo con desconfianza: ¿Por qué tanta
fascinación por “un punado de rocas sin interés”? La lección es clara:
hay que reorientar el rumbo de la civilización y darle su justo lugar a
la máquina. La tecnología debe estar al servicio del hombre y no el
hombre al servicio de ella. Para llevar a cabo esta transformación es
necesario hundir las raíces de la humanidad en los valores más
fundamentales. “Mientras algunos radicales esperaban que el cambio de
valores ocurriera después de la revolución, para Mumford el cambio de
valores era la revolución” (Miller, 2002: 166).
Anexo
La
técnica y la tecnología han sido temas recurrentes en las reflexiones
filosóficas a lo largo de la historia, sin embargo la reflexión
sistemática sobre estos temas es un fenómeno reciente.
Se
pueden distinguir, en términos generales, dos corrientes: una filosofía
de la tecnología ingenieril y una filosofía de la tecnología de las
humanidades. La primera intenta explicar el fenómeno tecnológico
haciendo uso de conceptos científicos y de la jerga propia del mundo
tecnológico. Se trata de “un análisis de la naturaleza de la tecnología
en sí misma -sus conceptos, sus procedimientos metodológicos, sus
estructuras cognoscitivas y sus manifestaciones objetivas-”. (Mitcham,
1989: 82). Sus principales representantes son Ernst Kapp, creador de la
expresión “filosofía de la tecnología”; P. K. Engelmeier, fundador de la
Asociación Mundial de Ingenieros y principal promotor de los
movimientos tecnocráticos de 1920; y Friedrich Dessauer, quién intenta
describir “La técnica en su propia esfera”. Todos ellos comparten, en
términos generales, una visión positiva de la tecnología y celebran la
aplicación de soluciones tecnológicas a los problemas sociales.
La
segunda corriente, más cercana a las ciencias humanas, propone analizar
el fenómeno tecnológico con conceptos externos. Busca “penetrar en el
significado de la tecnología, sus vínculos con lo humano y extrahumano:
arte, literatura, ética, política y religión. Tal búsqueda es para
reforzar el conocimiento de lo no-tecnológico” (Mitcham, 1989: 82). Los
autores más representativos de esta corriente, buscan situar el
significado de la tecnología dentro de una contexto más amplio. Destacan
las obras del filósofo español José Ortega y Gasset que en su obra
“Meditación de la técnica” establece una antropología filosófica para
entender el fenómeno tecnológico; Martin Heidegger, quien ha señalado
que “la técnica no es lo mismo que la esencia de la técnica” (Heidegger,
2001: 9); Jacques Ellul que ha elaborado una tesis sobre el
determinismo tecnológico. La obra de Mumford se incluye en esta
categoría.
Bibliografía
FOUCAULT, Michel.
(1968) Las palabras y las cosas. Buenos Aires: Siglo XXI.
FULLER, Buckminster.
(2003) El Capitán Etéreo y otros escritos. Madrid: Editorial Colegio Oficial de Arquitectos.
HEIDEGGER, Martin.
(2001) “La pregunta por la técnica” en Conferencias y artículos. Barcelona: Ediciones del Serbal.
MAYR, Ernst.
(2006) Por qué es única la biología. Buenos Aires: Editorial Kats.
MILLER, Donald.
(2002) Lewis Mumford: a life. New York: Grove Press Edition.
MITCHAM, Carl
(1989) ¿Qué es la filosofía de la tecnología? Barcelona: Anthropos Editorial.
MUMFORD, Lewis.
(2011) El pentágono del poder. Logroño: Pepitas de Calabaza Editorial.
martes, 8 de mayo de 2012
La Enciclopedia Británica y el saber que ya no ocupa lugar
El cese de la producción en papel de este símbolo histórico del conocimiento pone de relieve el imparable avance de la mediatización de la cultura.
MARTA CABALLERO Publicado en el Portal de las Culturas
Desde que el libro digital se hizo carne
en tinta electrónica e internet el oráculo del mundo, todo el sector de
las letras sabía que las primeras publicaciones de papel en caer serían
las de consulta, que el saber que se despachaba en grandes tomos
acabaría dejando de ocupar lugar. Es el turno ahora de la Enciclopedia Británica,
todo un símbolo de la historia contemporánea y fundamental para la
historiografía inglesa, que acaba de anunciar el fin de sus 244 años de
celulosa para pasarse únicamente al formato digital. Natural y a
la vez irónico en un contexto en el que el internauta escribe en Google
el nombre de esta publicación y el buscador le remite directamente a su
entrada en Wikipedia. Pero no es esta la única causa. Se
cierra, en fin, un capítulo en la historia del libro y sigue cerrándose
la historia de una revolución, la de la enciclopedia, que ya forma parte
de otra revolución, la de la lectura digital.
En realidad, el cese de la producción impresa se enmarca en una tendencia que arrancó con el milenio
y en la que el género enciclopédico, que tantas cumbres había coronado
hasta el boom de los 90 (aquellos señores que llamaban a la puerta con
catálogos y la promesa de un televisor de regalo), se vio obligado a
redefinirse con el advenimiento de las publicaciones digitales, como la
citada Wikipedia o la ya desaparecida Enciclopedia Encarta, que
cerró a finales de 2009 debido a su obsolescencia respecto a sus
hermanas gratuitas de la red. Las posibilidades de estos almacenes del
saber se multiplicaron primero con los CD-Rom y luego con las páginas
web, pues permitían actualizaciones, la inclusión de nuevas
herramientas y la ampliación de las posibilidades del contenido gráfico
con el componente audiovisual. Pero, no obstante, hay un elemento que ha acompañado a la Enciclopedia Británica
a lo largo de la historia, así como a similares como la Larousse en el
caso francés o a la Espasa en el español: el prestigio. Si bien es
cierto que todas estas publicaciones supervivientes adolecen de una
pérdida de rigor en los últimos años, también lo es que las digitales son constantemente cuestionadas por su falta de erudición y por el carácter amateur de sus autores.
Y, sin embargo, este mundo en el que la producción de tablets ha
aumentado en un 256 por ciento el último año, no puede dejar de tender a
lo digital.
Así lo atestigua Darío Villanueva, secretario de la Real Academia
Española y responsable de los avances de esta institución en el marco
electrónico. Asegura Villanueva que la RAE está “absolutamente centrada” en la incidencia que ya tiene la sociedad digital en sus actividades, que se plasman en el Diccionario, la Gramática, la Ortografía y la publicación de textos clásicos. Actualmente la institución trabaja en la XXIII edición del DRAE, que verá la luz en 2014, y que vendrá aparejado con un encuentro sobre el futuro de estas publicaciones en la era digital
que, adelanta el académico, contará con grandes editores -entre ellos
los de Oxford-, lingüistas computacionales y fabricantes de aplicaciones
y dispositivos de la nueva tecnología. “Queremos saber cómo va a ser la
XXIV edición y cómo va a continuar esto”, explica Villanueva, que sin
embargo mantiene que la Academia debe continuar apostando también por el
papel: “Oxford ha dejado ya de editar en papel su diccionario.
Nosotros tenemos también la oferta del diccionario en línea, que en los
últimos dos meses ha superado los 62 millones de consultas mensuales. Estamos
ante dos millones y medio de visitas al día. Así las cosas, puede que
alguien piense que es una contradicción mantener el libro si tiene esta
oferta abierta, pero nuestra postura es mantener las dos ediciones“.
Con todo, la RAE no quiere perder comba y promete perfeccionar el
diccionario online y pronto presentará sus aplicaciones para iPhone,
iPad, Android (en Kindle ya están), pero su postura es que el
diccionario es “un monumento de la cultura española” y que como libro
“aún tiene vida”. Futuro híbrido, pues, para las obras de consulta del
español, que se rigen en la Academia por un plan estratégico que buscará las formas de rentabilizar las publicaciones conforme vayan ampliando su presencia en la red. “A diferencia de la Enciclopedia Británica,
nosotros no somos una empresa. Estoy seguro de que su decisión se debe a
que no han encontrado una opción mejor”, concluye Villanueva, quien
también confirma la pronta remodelación de la web de la institución.
¿Y las enciclopedias españolas?
La situación de las editoras que publicaban enciclopedias en España es aún peor que la vivida en la Enciclopedia Británica, pues muchas han desaparecido o se han especializado en otros campos. Así, Salvat, Planeta, Larousse… a esta última pertenece Enrique Vicién, hoy responsable de marketing del sello y, hasta hace unos años, editor de enciclopedias.
Él señala que ambos casos, el británico y el español, son similares,
aunque aquí se adelantó la desaparición porque el ámbito anglosajón goza
de una mayor tradición enciclopédica. No obstante, considera que la
creencia de que las publicaciones digitales han matado a la enciclopedia
en papel no es del todo cierta: “Hay otros factores, como los puramente
físicos”. Con ellos se refiere Vicién a los cambios en los modos de
vida, esto es, la disminución del tamaño de los hogares, el
mobiliario tipo Ikea no pensado para albergar este tipo de tomos y, en
general, a una menor capacidad económica en las familias.
Pero hay otro factor, aporta Vicién, que se halla en el origen de estos cambios y que alude a un menor apego por el conocimiento:
“Este tipo de artefactos que acumulaban ‘todo el saber’, como rezaba
nuestro lema, ya no son tan imprescindibles para las familias, que antes
estaban dispuestas a hacer un esfuerzo económico para que sus hijos
pudieran tener esta herramienta de estudio en sus casas”.
“Todos estamos trabajando en la misma dirección”
Con todos estos avances y retrocesos, la producción de Larousse y otros sellos se fue haciendo inviable hasta desaparecer: “Exigían mucho trabajo, la labor de especialistas, tenían un alto coste de producción porque eran productos de calidad.
Los que nos dedicábamos a esto nos fuimos desespecializando a
principios del milenio y ahora, como sucede en Larousse, ofrecemos un
nuevo tipo de obra de consulta organizada por temas: por ejemplo,
jardinería, cine, arquitectura, historia…”, enumera Vicién, que
apostilla que de todos estos sectores es el infantil el que mejor sobrevive, gracias a los colegios, como sucede con el mítico Pequeño Larousse de esta casa,
que después de 100 años sigue funcionando. También en este sello que
alberga el portal diccionarios.com, trabaja por poder llegar al tren de
la red: en pocos meses tendrán una enciclopedia consultable online
precisamente para los usuarios del Pequeño Laurousse, que permitirá actualizar la información y completarla con material audiovisual. “Otra cosa es que el negocio esté tan claro, porque es complicado hacerlo viable en un país que no tiene tradición de pago”, se apena Vicién, quien, sin embargo, reconoce que estamos en el primer paso de lo que vendrá después.
“Estamos perdiendo el ADN cultural de Europa”
Menos esperanzado, y con la tristeza del
romántico, lamenta el escritor y editor Ramón Pernas la desaparición de
la edición en papel de la Británica: “Estamos entrando en otra era, las enciclopedias cumplieron una función importante. Son monumentos de la humanidad y debieran de estar protegidas
y nunca desaparecer porque son la memoria colectiva de un tiempo y de
una cultura. Se pueden digitalizar el Arco del Triunfo y las pirámides
de Egipto pero no por eso pueden desaparecer”. Sabe el escritor de lo
que habla, él fue responsable de la etapa dorada de Espasa, sello del
que fue editor desde el 82 hasta el 92, por ello insiste en la
importancia de estos libros con cuya desaparición se va, lamenta, “el
ADN cultural de Europa”. Y aporta: “Podrán venir otras formas de leer,
podrá automatizarse la respuesta en Google y Wikipedia a todas las
preguntas, pero nos vamos a quedar en 140 caracteres. ¿Sabes lo bello
que es bajar un tomo y abrirlo por la página que contiene lo que
buscabas? Es distinto encontrar lo que buscas que buscar lo que encuentras“.
En su opinión, junto a los factores ya señalados, el problema reside en
que hoy prima el utilitarismo, “y lo bello casi siempre es inútil”.
Para él, que tiene por terminar una novela sobre un hombre que
interpreta el mundo a través de la enciclopedia de 100 tomos con la que
vive, nada va a sustituir el placer de detenerse en un libro y de bucear en sus páginas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)